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Invertir no es un esprint, es una carrera de fondo

Casi me atraganto con un polvorón en la cena de Nochebuena cuando mi primo, de tan solo 17 años, me dijo que quería empezar a invertir y preguntó cómo podía hacerse rico. Unos minutos y unas cuantas palmadas en la espalda después, me puse a pensar en cómo explicárselo a una persona que quiere empezar a crear su patrimonio.

En primer lugar, es necesario analizar qué tipo de inversor es cada persona. Mi primo pequeño y mi tío de 55 años no invertirán de la misma manera o, por lo menos, no deberían hacerlo, ya que el horizonte temporal de ambos es muy distinto. También puede serlo el objetivo de cada persona: por ejemplo, se puede invertir para comprar un bien inmueble o para generar rentas futuras que permitan un mayor desahogo en el momento de la jubilación. En definitiva, se trata de poner a trabajar tu dinero para obtener ganancias en un futuro concreto.

Dado el incierto porvenir de las pensiones, pensemos en la jubilación como un objetivo. Cuanto más cerca se esté de él, más cautas deberán ser las inversiones que se realicen. Existen distintas etapas que vienen determinadas por el rango de edad.

Un inversor joven, de hasta 35 o 40 años, se encuentra en el momento ideal para empezar a desarrollar una pauta constante de ahorro. Nunca hay que procrastinar con ello, ya que esta es la etapa en la que puede asumir más riesgos en sus inversiones. La asignación de activos nunca será tan agresiva como en los años iniciales y se puede permitir la alta volatilidad de la renta variable e, incluso, asumir pérdidas a corto plazo que se recuperarán en los años siguientes. Una rigurosa selección de empresas de calidad con ingresos estables e independientes del ciclo económico podría contribuir a evitar o reducir posibles caídas en las bolsas.

Pasados los 40 años, este inversor habrá avanzado en el plano laboral y contará con unos ingresos más elevados y estables. Es posible que incluso tenga unas cargas hipotecarias inferiores o, en el caso de los más afortunados, inexistentes, por lo cual podrá dedicar más capital al ahorro. Con 25 o 30 años por delante, aún es posible mantener una cartera en la que predomine la renta variable. Sin embargo, poco a poco será necesario incorporar otras clases de activos más conservadores, como la renta fija y ciertos productos alternativos, a medida que nos aproximemos a una edad más avanzada.

Finalmente, una vez alcanzada la jubilación, empezaremos a hacer un uso gradual del patrimonio generado a lo largo de una vida de trabajo y ahorro. La preservación del capital es imperativa en la asignación de activos, y las carteras deberían invertirse plenamente en productos de renta fija y del mercado monetario. No obstante, es cierto que cada vez somos más longevos, por lo que sería aceptable una pequeña asignación a renta variable que siga proporcionando rentabilidades atractivas y que tendrá que irse reduciendo a medida que el estado de salud nos obligue a destinar un capital cada ver mayor a gastos médicos.

Las inversiones para generar este patrimonio dependerán de los conocimientos financieros, el perfil del inversor y el patrimonio personal. Así pues, pensando en lo que me dijo mi primo, y puesto que durante los primeros años el capital acumulado es insuficiente para asegurar una diversificación correcta (lo que supone un elemento clave para reducir riesgos), invertir en vehículos de inversión colectiva como los ETF y los fondos podría suponer una opción óptima. Dentro de esta última categoría, hay más fondos que combinan instrumentos de renta fija y variable, cuyos pesos oscilan en función de diversos perfiles de riesgo. Para una persona que carece de conocimientos o, sencillamente, de la enorme cantidad de tiempo que se requiere para analizar una sola empresa, puede ser el vehículo idóneo para abordar gradualmente el camino hacia una jubilación más agradable.

Artículo publicado en el Diari d’Andorra 17.01.2024

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Roberto Morago
Gestor Multiactivo y Clientes Institucionales