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El inicio de la vida laboral

Muy probablemente, este será el último verano de mi etapa como estudiante universitario. De primeras, la afirmación me da vértigo. Sobre todo cuando pienso que el final de la carrera significa también el final del camino hacia lo que socialmente se considera una correcta formación académica. Pero como en todo final, hay implícito un inicio. En este caso, el inicio de la vida laboral.

Antes, cuando pensaba en empezar a trabajar, lo primero que se me pasaba por la cabeza eran tareas rutinarias, jornadas infinitas, pocos días de vacaciones o la jerarquía y subordinación clásicas que suele haber en las empresas. En resumen, el fin de la libertad que tanto valoramos de la etapa universitaria. En la universidad se aprende, y mucho. Por un lado, se aprende a consolidar contenidos, a ampliar conocimientos y a entender las reglas del juego. Por otro, a desarrollar habilidades: argumentar con fundamento, adquirir un espíritu crítico, sintetizar ideas y gestionar responsabilidades.

Sin embargo, el contacto con el mundo laboral ha modificado mucho mis prejuicios iniciales. En el trabajo también se aprende. ¡Y más que en la universidad! De las empresas en las que he tenido la oportunidad de trabajar he aprendido la necesidad de una buena organización, que la jerarquía es necesaria y que, a la vez, puede ser cercana, para trabajar conjuntamente y de forma eficiente. También la importancia de asumir responsabilidades y, con esfuerzo, devolver la confianza depositada. Pero lo más importante es que he aprendido a trabajar con propósito. 

He tenido la suerte de formar parte de empresas punteras, con un liderazgo inspirador y un formidable equipo humano. Empresas con la voluntad de hacer partícipes a todos los que forman parte de ellas. Trabajar en ellas me ha hecho darme cuenta de la tangibilidad de mi fuerza de trabajo. Aplicar todo lo aprendido en la universidad, cuando se focaliza en un propósito con el que estás alineado, produce una sensación similar a la que se consigue al dibujar o escribir: haces realidad lo que queda en el mundo de las ideas.

La generación de la que formo parte ha causado un cierto revuelo en los departamentos de relaciones humanas de empresas de todas partes. Ya no somos tan fáciles de convencer con un sueldo atractivo. También buscamos flexibilidad horaria, la capacidad de trasladar nuestro puesto de trabajo, un ambiente relajado y sentir que nuestras opiniones se tienen en consideración. Esto se ha entendido como un cambio de prioridades en relación con la relevancia que tiene el trabajo en nuestras vidas. Los expertos en gestión de equipos consideran que otorgamos menos importancia al trabajo y que la frase que más nos representa sería algo como «trabajar para vivir y no vivir para trabajar». No obstante, lo que no cuentan estos expertos es la importancia que puede tener para nosotros harmonizar la vida y el trabajo. Vivir trabajando.

Buscamos empresas que trabajen tanto por el progreso económico como por el social. Con un firme compromiso en la formación de sus empleados. Que sean conscientes de su impacto en el territorio. No somos una generación que no quiera trabajar, somos una generación que quiere sentir que trabaja por algo más que el dinero.

Desde pequeños se nos presenta un recorrido académico con rumbo al éxito que culmina con los estudios universitarios. Pero cuando este camino termina, ¿qué viene después? Hasta hace poco, no habría tenido una respuesta concreta para esta pregunta. Ahora tengo claro que empieza una primera etapa, en la que cuento con la capacidad y las herramientas para llevar a cabo mis propósitos trabajando.

Artículo publicado en el Diari d’Andorra 22.08.2024

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